www.enpozuelo.es
María Benítez y los hotelitos de Pozuelo
Ampliar

María Benítez y los hotelitos de Pozuelo

jueves 03 de mayo de 2012, 07:38h

Varias mujeres han donado su nombre al callejero de Pozuelo. La protagonista de esta historia bautizaba con su apellido una de las primeras colonias de hotelitos de veraneo que surgieron en el barrio de la Estación a principios del siglo pasado.

La historia familiar de una gran fémina, a la que todos conocían con el diminutivo cariñoso de Marita, es curiosa y comienza hace más de cien años con el nacimiento de su progenitora; Antonia Ruiz Fernández, una malagueña casada con otro malagueño; Antonio Benítez Guerrero, de profesión militar que prestaba sus servicios al ministerio de Ultramar. Tras la guerra de Cuba y la disolución del ministerio el matrimonio vendió algunas tierras de su propiedad en Antequera y emigró a Madrid en busca de una nueva vida. Una vez en la capital abrieron un despacho de tabacos en la Carrera de San Jerónimo y vivieron mucho tiempo en una casa de la calle Mayor donde vino al mundo su única hija.

El matrimonio decidió invertir los primeros ahorros en terrenos y la casualidad y la relación con las gentes de una compañía ferroviaria -que acababa de llevar el tren a un pueblecito situado a pocos kilómetros de la Puerta del Sol llamado Pozuelo de Alarcón- hicieron el resto. Antonio comenzó a adquirir algunas parcelas cerca de las vías hasta que sus propiedades alcanzaron los 30.000 metros cuadrados. Aquellas fincas particulares estaban separadas por angostos y polvorientos caminos que de alguna forma había que denominar. Las primitivas calles hoy asfaltadas, iluminadas y repletas de viviendas unifamiliares llevan los nombres de su mujer y de su hija: Antonia Ruiz y María Benítez.

El padre, alcalde de Pozuelo

Antonio Benítez no gastaba muchos trajes pero respondia perfectamente al perfil del actual hombre de negocios. Con la llegada del ferrocarril a Pozuelo sintió como muchos algo parecido a la llamada del oeste y como tenía dinero para invertir no lo dudó un momento. Comprar terrenos y levantar una colonia de hotelitos para veraneantes a pocos metros del apeadero que acercaba las afueras a la capital... ese era el sueño de Antonio. Un sueño alcanzable. Para hacerlo realidad habilitó en sus tierras un tejar para fabricar ladrillos con los que construir las casas; una decena de hotelitos que fueron cambiando el paisaje de la calle con el nombre de su hija.

Mientras el padre andaba en estos menesteres y ocupaba el cargo de Alcalde de Pozuelo durante los años de dictadura de Primo de Rivera (enfrentamientos con los habitantes del pueblo y quema de coche incluidos por culpa del agua que quería bajar hasta la estación para abastecer a las nuevas colonias) la hija aprendía como alumna interna cerca de su casa.

En el internado

La Congregación fundada por la Beata Ana María Javouhey compra en el año 1905 una finca en Pozuelo de Alarcón y abre un colegio internado, San José de Cluny, en el que -como en Madrid- imparten cultura general e idiomas. Cerrado durante la Guerra Civil se reabrió en 1940 tras su reconstrucción. Hoy cien años después este centro educativo de emblemático edificio sigue funcionando acogido al régimen de conciertos y es uno de los preferidos por los habitantes de Pozuelo con hijos en edad escolar.

Hace un siglo al internado de San José de Cluny acudían las hijas de familias de buena posición. María Asunción Benítez fue alumna de las primeras promociones. Marita nació en 1902 y con tan sólo seis o siete años ingresó como interna en un centro situado a escasos metros de las tierras de sus padres. Con las monjas francesas la niña recibió una formación de calidad y aprendió idiomas. También adquirió un hábito lector que le hizo devorar cientos de libros y volúmenes -sobre todo de historia y religiones- durante toda su vida. Cuando poco antes de abandonar el centro se fotografió frente al espejo hablaba y traducía francés e inglés y conocía los clásicos españoles.

La muchacha además de sentir fascinación por pintores y literatos tenía un don especial para las bellas artes; dominaba el dibujo a carboncillo y redactaba con cierta soltura. De sus manos salieron paisajes y poesías que como preciado tesoro guardan sus descendientes. María Asunción Benítez Ruiz murió el 6 de mayo de 1970 y está enterrada con sus padres y su marido en el cementerio de Pozuelo de Alarcón. Abandonó  este mundo después de llevar a cabo con creces los tres ritos de obligado cumplimiento. A saber. Tuvo once hijos, plantó árboles en su residencia de verano y escribió varios relatos y centenares de versos. Estos que siguen nacieron de su puño y letra:

"Solo el pino en el monte estaba, triste en su cima sintió la soledad. A veces es preferible estar entre brumas y peñas que entre hombres  que no saben amar"

Tren de la vida

Hay trenes que sólo pasan una vez en la vida. La historia de María Benítez tiene mucho que ver con este medio de transporte que llegaba a Pozuelo para quedarse poco antes de que ella naciera. Cuando su padre comenzó a construir chalés en una zona conocida como colonia del Pinar -hoy de Benítez- se consolidaba la compañía ferroviaria Caminos del Hierro del Norte de España; con sede en la madrileña Estación del Norte. El subdirector de esta empresa y abogado de la compañía de Aduanas de Irún, Eduardo Garre Res, siguiendo el consejo de su amigo Luis Holanda decide alquilar a Antonio Benítez uno de los hotelitos que acababa de levantar cerca de las vías. Don Eduardo -así le llamaban todos- llegó acompañado de sus hijos, Felipe Garre Comas; subdirector de la Escuela de Ingenieros Navales y Eduardo Garre Comas, encargado de la gestión de los ferrocarriles de Cataluña. Pero también de su hermano pequeño; José Garre y Garre.

José Garre y Garre trabajaba para Minas de Barruelo S.A.; una compañía palentina -subsidiaria de Minas de Carbón- que suministaba hulla a la Compañía del Norte para hacer funcionar los trenes y también era jefe de contabilidad de los ferrocarriles del estado de vía estrecha. La relación de amistad que a través de su hermano mantuvo con la familia Benítez acabo en boda. José Garre y Garre se enamoró de Marita Benítez Ruiz. Aquella muchacha de bello cutis y exquisita formación académica le conquistó por su dulzura y en los albores de los años veinte del siglo pasado se casó con ella en la madrileña iglesia de San Martín; próxima a la Gran Vía. Juntos vivieron de alquiler en varios inmuebles de la capital de España donde nacieron la mayor parte de sus once hijos pero solían pasar los veranos en Pozuelo, en un hotelito –el número 10- de la calle María Benítez. También hacían escapadas con los niños a Los Alcázares o Biarritz en busca de sol y playa.

Una mujerona

María Asunción Benítez Ruiz era una gran mujer. En todos los sentidos. De gran belleza  por fuera -pero sobre todo por dentro-, alta y de constitución fuerte. Tras nacer todos sus hijos -María Antonia, Felipe, Julita, Tanty, Carmen, Pepita, Cuca, José Antonio, Charito, Eduardo y Jesús- pesaba más de cien kilos. Era diabética aunque eso no le impidió pintar, leer y escribir sin necesidad de lentes. A estas aficiones dedicaba mucho tiempo porque contaba con la ayuda de personal de servicio para las tareas de la casa y el cuidado de los hijos. También le gustaba pasear.

Muchos vecinos encontraron consuelo en Marita que considerándose afortunada ayudaba siempre a los más necesitados. Su realidad cambió por completo con el estallido de la Guerra Civil cuando la residencia de Pozuelo fue saqueada. Pero salieron adelante y Marita conoció a muchos de sus nietos. Disfrutaba comprándoles dulces en las pastelerías.

 

 

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (12)    No(0)

+
2 comentarios