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Felipe Clemente de Diego, presidente del Tribunal Supremo

miércoles 29 de mayo de 2013, 09:28h

Aunque nació en 1866 en el pueblo toledano de Guadamur toda su vida discurre en Madrid. Hijo de Fabián y Engracia, labradores modestos, compartió con su único hermano, Pedro Gregorio, la afición por las letras.

Más que hermanos fueron amigos y compañeros de batalla. Felipe Clemente y Pedro Gregorio salieron del pueblo en busca de una vida mejor y cursaron la carrera de Leyes casi al mismo tiempo. Pedro Gregorio ingresó en 1886 en el Cuerpo de Abogados del Estado pero coincidió con su hermano en las tareas docentes.

Felipe Clemente de Diego y Gutiérrez estudió la carrera de Derecho y se doctoró en la Universidad Central, siempre con las mejores notas y en cuanto pudo, empezó a peparar las oposiciones a Cátedra. Las primeras que ganó fueron las de Derecho Romano en la universidad de Santiago de Compostela y ya no tuvo otra meta en su vida que la de enseñar. Pero el clima húmedo perjudicaba su salud y al cabo de tres años se vió obligado a pedir la excedencia y volverse a Madrid en espera de que quedase vacante alguna Cátedra de la Universidad Central, lo que ocurrió a la muerte del insigne civilista Augusto Comas.

Todos los que aspiraban a una cátedra soñaban con suceder a Comas y a las oposiciones convocadas decidieron presentarse ocho. Pero a la hora de los exámenes ninguno se atrevió a competir con Felipe Clemente de Diego y lo dejaron para mejor ocasión. Uno de ellos, Melquiades Álvarez, llegó a decirle ¿Cómo voy a presentarme acudiendo usted? Nadie puede con usted en Derecho, don Felipe. Así cumplió su sueño de ser catedrático de Derecho Civil en la Universidad Central de Madrid, siendo incontables los alumnos que pasaron por su aula y se convirtieron en figuras de la ciencia jurídica y de la política.

Magistratura y docencia

El entusiasmo de Felipe Clemente de Diego por la doctrina dio como fruto su intervención en la aparición de la Revista del Derecho Privado, que funda en el año 1913, con Navarro de Palencia, en la que colabora asiduamente dejando artículos de gran valía -como el dedicado al artículo sexto del Código Civil- que se pueden consultar en algunas bibliotecas especializadas. En relación con la enseñanza ostentó diferentes cargos, como el de Vicerrector de la Universidad Central, y también fue elegido Senador en los años 1919, 1921 y 1923.

En plena Guerra Civil y al reorganizarse el Tribunal Supremo en 1938 en Zona Nacional Felipe Clemente de Diego fue nombrado su Presidente por Decreto de 27 de agosto del mismo año ejerciendo su mandato hasta su muerte. En sus discursos de apertura del año judicial dejó importantes aportaciones. En 1939 pronunció el primero de ellos denominado La doctrina y la práctica del Derecho en la Cátedra y en los Tribunales al que seguirían otros sobre casos controvertidos, norma jurídica, interpretación de la Ley, abolengo de la función judicial, interpretación del Juez en los contratos y libertad privada.

La principal virtud del profesor de Diego fue sin duda su vocación pedagógica. Siempre fue maestro. Jamás pensó en sustituir su cátedra por ninguna otra ocupación. Pudo hacerlo pero sólo quiso ser profesor. Lo empezó a ser a los quince años y cumplió sus bodas de oro en la enseñanza. Además siendo Felipe un abogado de extraordinaria competencia le hubiera sido fácil sustituir sus románticos quehaceres universitarios por los lucrativos litigios que provocan los grandes intereses en pugna. Sin embargo, jamás se dejó vencer por estas tentanciones. Por eso, su bufete madrileño no llegó a alcanzar el radiante esplendor de su cátedra.

De Madrid a Pozuelo

Felipe Clemente de Diego se casó a la edad de 24 años con Amparo González; una muchacha diez años más joven que él. Con ella compartió toda su vida y tuvo quince hijos. La familia fijo su residencia habitual en la calle Caballero de Gracia, en un piso de mil metros cuadrados que daba a cuatro calles, con cuarenta habitaciones. En la magnífica casa que contaba con tres bibiliotecas vivían padres, hijos y servicio; unas seis personas encargadas de echar una mano con la chiquillería y en las tareas del hogar.

Quien tiene un busto en la colonia de la Paz fue buen padre y marido aunque con un carácter bastante fuerte. Su mujer dedicó toda la vida a las labores propias de su época: cuidar de la casa y engendrar hijos. Aunque Clemente era el segundo nombre de nuestro protagonista, debido a la importancia del personaje, a su muerte las autoridades de la época decidieron añadirlo al apellido para darle un toque de distinción. De esta forma el nombre del cabeza de familia ha pasado de generación en generación convertido en apellido compuesto.

Como tantos otros hombres ilustres de su tiempo decidió comprar unos terrenos en Pozuelo para levantar su segunda residencia. Al parecer todo comenzó cuando unos vecinos que veraneaban en un pueblo conectado por el ferrocarril les hablaron de las bondades y la tranquilidad del lugar. Para comprobarlas el profesor alquiló una casita de su propiedad en la calle Méndez Nuñez, en la recién nacida colonia de la Paz y más tarde la compró. También unos terrenos próximos. El objetivo era mantener la casa original pero levantar también una gran vivienda que con el tiempo se convertió en la residencia habitual de los Clemente de Diego.

Frente a las parcelas compró un pequeño terruño con la intención de preservarlo como espacio verde. Hoy es un parquecillo que, presidido por el busto de Don Felipe, rememora con nostalgia tiempos mejores. A principios de los años cincuenta del pasado siglo el Ministerio de la Gobernación a propuesta de Blas Pérez González decidió homenajear al desaparecido Presidente del Tribunal Supremo dedicándo un espacio a su recuerdo. La familia que conservaba un busto del profesor lo cedió para que se colocara sobre un monolito de granito frente a la residencia en la que todavía vivían su viuda y sus hijas e hijos solteros.

El adiós

La muerte de Felipe Clemente de Diego se produce en Pozuelo durante las fiestas de agosto de 1945. Una pulmonía acaba con su vida y su desaparición conmueve a los habitantes de un pueblo que lo querían como a un padre. Las fiestas con motivo de La Paloma se suspenden y el Ayuntamiento decreta el luto. En vida su chofer del Supremo lo dejaba a la entrada del pueblo y él caminaba hasta su casa en la colonia de la Paz para poder saludar a los paisanos con quienes mantenia una excelente relación. Era un hombre sencillo y campechano que disfrutaba con los pequeños placeres de la vida -sus pitillos de caldo gallina, la lectura y la música- y que siempre se mostró afable y cordial.

Por su lecho de muerte, en su casa desfiló todo el pueblo y por su capilla ardiente en el Supremo medio Madrid. Felipe Clemente de Diego recibió solemnes honras fúnebres y fue trasladado en coche de caballos hasta el cementerio de San Justo donde descansan sus restos mortales. La noticia de su fallecimiento fue recogida por toda la prensa nacional… como reza el subtitulo del Diario de Navarra del 17 de agosto de 1945 la muerte del eminente civilista causa general sentimiento.

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