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Las entrañas de Natalia en Pozuelo

miércoles 24 de julio de 2013, 09:37h

Natalia Nombela ha convertido su pasión en forma de vida. En vísceras y emociones fuertes que lo han removido todo por dentro. Y que en la calma, tras la tempestad, se refleja en cuadros de un realismo ardiente en deseos de trascendencia. Ah! también sale en el último video clip de Garage Jack.

Reside en Pozuelo desde hace un par de décadas con viajes de ida y vuelta a la casa familiar de la Colonia de los Ángeles donde trabaja en una buhardilla taller con luces tipo quirófano recién estrenadas. Para diseccionar la realidad a golpe de pincel, espátula o soplete. La treintañera menuda y frágil -sólo en apariencia- comparte el espacio con sus gatos Elmore y López, decenas de lienzos inacabados y un espejo que refleja realidades a tamaño natural. La suya está marcada por ascensos y descensos, experiencias vitales que le han causado dolor pero que le han servido para darse cuenta de que de lo malo también se puede sacar algo positivo. Ahora respira más tranquila y aspira a alcanzar un sueño que desde hace tres años y tras su paso por la Escuela de Arte "Taller del Prado" y el curso impartido por el pintorAntonio López -Cátedra Francisco de Goya- persigue a todas horas: vivir de la pintura y no morir de pena.

- ¿Cuándo descubres que lo tuyo es reflejar realidades a través de la pintura?

- Desde pequeña siempre me ha gustado dibujar. Que yo recuerde a los siete años me fijaba en lo que me rodeaba y me entretenía tratando de copiar personajes de dibujos animados y objetos cotidianos. La verdad es que lo hacía muy bien pero aquello no era pintar. A pintar he aprendido hace tres años cuando me he dado cuenta de que se trata de una búsqueda artística y vital, de que hay que ir más allá para transmitir a través de un cuadro. Es ahora cuando he comenzado a relacionarme con pintores y gente relacionada con el arte cuando he visto la luz y me he dado cuenta de que lo de antes no vale. Vale lo de ahora y en esas estoy tratando de abrirme camino con las ideas más claras y muchas ganas.

- Esas que casi pierdes a finales de los noventa tras un año de oyente en Bellas Artes...


- Pues la verdad es que sí. Yo traté de entrar en la facultad pero no pasé el examen de ingreso. Tal vez el listón estaba alto pero a mí me parece un poco ridículo que para estudiar Bellas Artes tengas la obligación de saber pintar. Es como si para estudiar medicina fuera necesario saber operar. Aunque reconozco que aquello me pareció una selección brutal -no natural- me quedé un año de oyente, me presenté a los exámenes y saqué buenas notas. Volví a hacer la prueba de ingreso y tampoco me admitieron a pesar de que los profesores que vigilaban la prueba parecían encantados con mi forma de pintar y me pusieron la miel en los labios. Al llegar a casa me dijeron que no siguiera intentándolo, que era mejor que me buscara otra cosa y me matriculé en Arte Publicitario, en una escuela privada, después hice un máster de fotografía, otro de animación en 3D y otro de serigrafía.

Un camino de espinas

A Natalia aquella formación en escuelas privadas, costeada con su sueldo de camarera en la sala Siroco; un trabajo que también le sirvió para afinar el oído -sacarse la zanahoria de la oreja- le ha permitido desarrollar su creatividad y conocer técnicas, como el retoque digital o el modelaje, que le están viniendo muy bien ahora que se dedica a la pintura figurativa realista y sus obras nacen de fotografías. En su caso, el saber además de no ocupar lugar está resultando de lo más práctico y está más convencida de que no hay mal que por bien no venga. "Muchos de los amigos que yo tenía en Bellas Artes han dejado de pintar y han tirado por la rama del diseño gráfico pero en mi caso ha sido al revés". Y del revés o casi se quedó poco después de aquel periodo formativo que acabó al mismo tiempo que su relación sentimental. Tanto le afectó la ruptura que dejó de pintar y sufrió más de la cuenta. El tiempo que lo cura todo ha cerrado algunas heridas y ha extraído lo mejor de los años de convivencia en forma de constancia y de remar contra viento y marea para alcanzar el puerto. Posar para pintores y cruzarse con "otras madres" le está ayudando en la travesía.

- Pintada antes de pintar y carpintera antes que pintora...

Yo nunca había posado y soy muy pudorosa. Pero pensé que ser modelo de artistas, algo a lo que todavía me dedico, me acercaría al mundo del arte. Además resultó una buena manera de superar mi drama personal. En aquel momento de mi vida me sentí arropada y esculpida por otros. Supongo que necesitaba que alguien me prestara atención. La experiencia resultó enriquecedora por muchos motivos. Precisamente posando conocí a una de las personas más importantes en mi trayectoria artística reciente, a una de mis madres, la pintora Guiomar Álvarez de Toledo que decidió pagarme las clases de pintura que yo no podía permitirme y me ha puesto en contacto con muchos artistas. Ella decidió pagarme las clases de pintura que yo no podía permitirme en la Escuela de Arte "Taller del Prado" desde el que Antonio López se asomó a la Gran Vía y donde obtuve la Mención de Honor en el Concurso de Pintura. Y me abrió de par en par las puertas a un maravilloso mundo de texturas. Porque como decía mi entonces profesor, Salvador Antúnez, hasta entonces yo vivía de jamon de york (acrílico). Ahora que he descubierto el jamón ibérico (óleo) no quiero otra cosa. También gracias a Guiomar he conocido al pintor chileno Daniel Aguirre y recientemente he hecho un curso en su Escuela de Arte. Con este hombre he aprendido lo que no está escrito. Ha sido como mi instructor de vuelo y hace dos meses me ha dejado volar libre. Lo de la carpintería es por un curso fabuloso del INEM que hice hace seis años en Pozuelo. El profesor, Alberto, era buenísimo y sabe una barbaridad. Me gustaría volver a tallar, porque no había tallado en mi vida y flipé. Teníamos que hacer una mesa como trabajo de fin de curso y yo solo talle las patas. Y conocí a otra de mis "madres" que me ayudó a conseguir un trabajo como azafata en RENFE.

- Has mencionado al pintor Antonio López. El año pasado se cruzó en tu camino ¿Cómo se te quedó el cuerpo?

Pues imagínate. Resulta que mandé mi dossier a un concurso para hacer un curso con el maestro. Era la primera vez que me presentaba y tuve una suerte tremenda. Seleccionaron a veinte personas de todos los rincones del planeta y allí estaba yo, en el Palacio de los Serrano de Ávila haciendo un curso intensivo de una semana con mi admirado Antonio López. Fue una experiencia maravillosa con una artista que desprende luz y un hombre cercano al que un día me encantaría parecerme. Lo interesante es que se sentaba con nosotros y repasaba nuestras carpetas. A mi me sirvió psicológicamente y confieso que me sentí un poco cortada hablando con él. Desde siempre me ha infundido respeto y me daba vergüenza decir alguna tontería.

El efecto Nombela

Sonríe cuando le digo que a mi su obra me recuerda a la del maestro. Luego bebe un trago de refresco y tras un ya me gustaría dice que lo suyo es realismo pero con un toque diferente; el efecto Nombela. Fruto de una pintura desarraigada, siempre terapeútica -por necesidad y por La Danza de la Realidad de Jodorowsky- y a veces grotesca que le hace sacar toda la rabia que lleva dentro y que se traduce en texturas y connotaciones más allá del lienzo. Que homenajea sin contenerse a la madre que la parió, reinventa la lección de anatomía de Rembrandt con un ritual de antropofagia -preseleccionado en el concurso Bp Award de Londres entre cerca de 3.000 obras-, se recrea con un pollo dentro del microondas o convierte en una fiera al más lindo de los gatitos.

Ahora Natalia Nombela anda liada con los preparativos de su primera individual en la galería Eka & Moor tras participar en una colectiva y ceder un Casanova con mordaza para una feria de Miami. Otro cuadro lo ha presentado al concurso de pintura figurativa de Barcelona y está a la espera de noticias. Tiene obra de todos los tamaños pero reconoce que, como es chiquitita, está cansada de subirse a la escalera con la paleta en ristre. Y quiere venderla porque le encantaría poder vivir de la pintura. Pero aunque no pueda seguirá pintando. Porque lo suyo es parir pero de otra manera. Aquí en Pozuelo, una ciudad que huele a aire puro y a tranquilidad y que no cambiaría por nada del mundo. Bueno sí, por una casa con vistas al mar. Con el arte como tabla de salvación.

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