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Doctor Velázquez: médico e investigador

martes 27 de agosto de 2013, 09:03h

La ilustre persona que ha dado nombre a una calle de Pozuelo próxima al límite con Aravaca marcó un antes y un después en la historia de la farmacología española.

Benigno Lorenzo Velázquez fue catedrático de Farmacología y Terapeútica de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid -donde ocupó más de diez años el cargo de Decano- docente e investigador, publicista, educador-médico y miembro y Presidente de la Real Academia de Medicina. Durante más de medio siglo condicionó la vida farmacológica de nuestro país y tuvo además una influencia decisiva en el ámbito médico hispanoamericano. El doctor Velázquez fue un hombre con una profunda vocación docente enamorado del campo. En sus villas de Pozuelo de Alarcón -La Huerta de Carlos, su nieto- y Arenas de San Pedro (Ávila) convirtió el contacto con la naturaleza en su principal afición y con su familia en auténtica devoción.

Benigno Lorenzo Velázquez nació el 13 de febrero de 1901 en Ávila en el seno de una familia humilde. Sus padres, Ángel Lorenzo y Virtudes Velázquez, por su oficio de maestros, vivían inmersos en el magisterio y como el mismo Benigno escribía en sus Memorias; Enseñanzas de una vida, este hecho le señaló la trayectoria que había de seguir dentro de la enseñanza y la universidad. Benigno tenía un hermano mayor llamado Pedro que lejos de seguir los pasos de sus padres -los libros no le llamaban la atención- se hizo ferroviario. El pequeño apuntaba maneras desde párvulo y Ángel y Virtudes pusieron en él muchas esperanzas. Benigno no defraudó. Como los recursos económicos eran escasos se fue abriendo camino a base de becas de estudio gracias a sus excelentes calificaciones.

Cuentan sus descendientes que Benigno Lorenzo Velázquez además de brillante era un hombre muy trabajador. Durante su etapa formativa se levantaba de noche y estudiaba hasta la salida del sol. Siempre le atrajo la medicina pero no para ejercerla sino para investigarla y difundirla. Con una clara vocación docente comenzó sus estudios en la facultad de medicina de la Universidad Central -Complutense- y estudió la especialidad de farmacología. Gracias a una Pensión de Ampliación de Estudios viajó a la ciudad germana de Königsberg en 1926 y durante un año compartió vivencias y experiencias con el profesor de la escuela de Walter Straubm Félix Haffner, uno de los mejores y más jóvenes farmacólogos alemanes. De vuelta a España trabajó un tiempo como médico rural esperando su oportunidad: una cátedra en la universidad.

Caligrafía y Ramón y Cajal

Con el horizonte de aprender, antes que aprobar, discurre su etapa escolar en la ciudad amurallada. En el año 1912 comienza sus estudios de Bachillerato y los finaliza en 1918 en un instituto de la calle Vallespín bajo la tutela de maestros que nunca olvidó y a los que dedica varias páginas en su libro de memorias. Cuenta Benigno que cuatro o cinco de los profesores que tuvo fueron buenos, bien formados y didactas. Pero sólo dos de ellos le dejaron una huella imborrable: el licenciado Pogonoski de Caligrafía y La Puente y Larios de Química. El primero le cambió la ilegible letra que tenía al ingresar en el centro por una bonita y clara letra inglesa y el segundo, que al titulo de catedrático de química unía el de farmacéutico, le explicó la asignatura de química de una forma clara y convincente. La Puente y Larios le dio clases particulares de forma gratuita para que pudiera presentarse por libre a la prueba de ingreso en la facultad de medicina. En la universidad de Valladolid el resultado fue inmejorable: sobresaliente en química y notable en física, biología y alemán.

Dice el profesor emerito del departamento de farmacología y terapeútica de la facultad de medicina de la Universidad Autónoma, Pedro Sánchez, su discípulo, que Benigno acostumbraba a decir que pasada con buena salud la gripe del dieciocho, comenzó sus estudios en la facultad de medicina de la Universidad Central. Allí encontró un ambiente propicio para desarrollar sus inquietudes y maestros excelentes como Santiago Ramón y Cajal o Gregorio Marañón. Benigno Lorenzo Velázquez fue tan buen estudiante que a un expediente académico impecable añadió el premio extraordinario de licenciatura y doctorado.

En su libro Enseñanzas de una vida Benigno tiene un recuerdo cariñoso para el que fuera su profesor de Histología y Anatomía Patológica. Reconoce que al ingresar en la facultad los alumnos se comportaban de forma irrespetuosa con quien había recibido el premio Nobel de Medicina en 1906. Por lo visto los que se sentaban en la primera fila salían del aula tan pronto como Don Santiago se daba la vuelta para escribir en la pizarra. Había otro grupo que se dedicaba a tirar bolitas de papel cuando Ramón y Cajal exponía las características de las células y tejidos del organismo con la ayuda de tizas de colores. Afortunadamente la actitud de los estudiantes cambió radicalmente y al comenzar el tercer curso de Anatomía Patológica el panorama de respeto y admiración que se respiraba en clase cuando el profesor impartía la lección era la tónica dominante.

Benigno Lorenzo Velázquez completa en Madrid una sólida formación de la mano del profesor que constituyó el germen para el desarrollo de la farmacología en España. El talento y las ideas de Teófilo Hernando, heterodoxas para su aquella época, atrajeron a su laboratorio a decenas de jóvenes. No todos tuvieron la oportunidad de formarse después en el extranjero como nuestro protagonista a pesar de la escasez de medios económicos. Porque terminado el doctorado, bajo la orientación de su maestro y guía, obtuvo una beca por la Junta de Ampliación de Estudios para trabajar con el profesor Félix Haffner, prestigioso farmacólogo alemán. Corría el año 1926 y en Königsberg adquirió un bagaje farmacológico adicional y europeo llegando a publicar trabajos de gran originalidad sobre cuestiones como los extractos de tiroides en algunas de las revistas de mayor difusión internacional.

Medico rural

Al regresar de su estancia en Alemania, Benigno se encontró sin colocación oficial, en el seno de una familia muy modesta. Como revela en sus memorias necesitaba algunos ingresos porque aunque su deseo era conseguir una cátedra de Terapeútica de vuelta a España no había ninguna en el horizonte. A comienzos de 1928 se anunciaron oposiciones para médicos titulares; plazas para lo que entonces se conocía como Asistencia Pública Domiciliaria. El doctor Velázquez se presentó y obtuvo el número cuatro. Solicitó dos vacantes; una en Martos (Jaén) y otra en un pueblecito de mil habitantes de la provincia de Cuenca, Pozo Rubio de Santiago. Con el deseo de formar una familia en el futuro -mantenía relaciones formales con la que habría de ser su mujer- aceptó la plaza de titular en la aldea castellana y allí permaneció de mayo a diciembre de 1929. Según explica en sus memorias la necesidad y un sueldo de 7.000 pesetas al año le llevaron a ver y padecer “la ingrata medicina general en la que había que saber y atender de todo, amén de llamadas intempestivas, a veces injustificadas, con aldabonazos nocturnos y en pleno sueño”. Sin embargo, aquella vivencia, lejos de ser un lastre, le supuso un estímulo especial. Su decidida vocación farmacológica y universitaria se manifestó en los meses que estuvo de médico en el pueblo y aquello supuso un impulso a la hora de seguir trabajando con renovado entusiasmo. El 15 de diciembre de 1929 tuvo la suerte de obtener la cátedra universitaria de Terapéutica de la facultad de medicina de Zaragoza. Tras unas brillantes oposiciones se traslada a la capital aragonesa para contagiar a un grupo de jóvenes entusiastas su pasión por la farmacología. Una bella mujer -también médico- le acompaña en su nueva aventura profesional. De nombre Amparo Pérez Carnicero meses antes del traslado se convirtió en su esposa.

Compañeros de viaje

Benigno Lorenzo Velázquez y Amparo Pérez Carnicero contrajeron matrimonio el 6 de junio de 1929. Cuando el profesor ocupaba la plaza de médico titular del pueblo conquense de Pozo Rubio de Santiago. Se conocieron en las aulas de la facultad mientras estudiaban medicina. El padre de Amparo era guardia civil; sevillano para más señas. De su progenitor heredó la alegría, el optimismo y el salero que siempre le acompañaron. Le gustaba cantar y lo hacía a todas horas. Benigno era más serio y tenía un carácter fuerte que ella dulcificaba con unas pocas palabras. No en vano se convirtió en su más fiel amiga y colaboradora. Siempre a su vera. Porque detrás de todo hombre de talento hay siempre una mujer excepcional. Los doctores Benigno y Amparo tuvieron una hija que fue bautizada con el nombre de Amparo. Como la residencia de la calle Doctor Velázquez de Pozuelo de Alarcón en la que fueron felices.

Además de Amparo Pérez Carnicero, su faro luminoso, el otro gran amor de Benigno Lorenzo Velázquez fue su hija Amparito. Nació en el Madrid de los años treinta durante un viaje de sus padres a la capital y vivió en Zaragoza hasta los diez años ocupando las aulas del prestigioso Colegio Alemán. Su progenitor se había enamorado años atrás del país germano y hablaba perfectamente el idioma. Este hecho determinó la elección de centro educativo. Amparito creció feliz rodeada de ensayos, artículos y libros sobre farmacología. Tuvo la suerte de respirar un ambiente intelectual, de la mañana a la noche, que le garantizó una formación privilegiada.

Para el doctor Lorenzo Velázquez y su esposa Amparo la familia era una prioridad y aunque dedicaron muchas horas al estudio y la docencia disfrutaron plenamente de los suyos. Sobre todo al aire libre, en contacto con la naturaleza.

Distinciones

La labor incansable del doctor tuvo su recompensa en Honores y Distinciones. A saber. Presidente de la Academia Nacional de Medicina, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Zaragoza, Decano Honorario de la Facultad de Medicina Complutense, Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad, Gran Cruz del Mérito Aeronáutico, Medalla de Oro de la Cruz Roja, Medalla de Oro de Zaragoza, Miembro de Honor de la Sociedad Terapeútica de Argentina, Miembro del Comité de Expertos de la OMS, Miembro de las Academias de Medicina de París, Roma, Buenos Aires, Santiago de Chile, Río de Janeiro y Caracas … Sólo una muestra seleccionada de los méritos de quien además de dar nombre a dos calles; una en Pozuelo de Alarcón y otra en Arenas de San Pedro -de donde es hijo predilecto- y a una plaza de Ávila -su ciudad natal- fue un adelantado a su tiempo y un personaje clave en la historia de la farmacología española.

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