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José Manuel Carranza Cuadrado

El cura del Pueblo

43 navidades en Pozuelo

lunes 29 de diciembre de 2014, 08:00h
Don José Manuel nació en 1922 en el pueblo salmantino de Villavieja de Yeltes. Siendo niño comenzó a realizar tareas de monaguillo en su parroquia y a venerar a su patrona, llamada Virgen de los Caballeros por aparecerse a unos señores en una finca de caza de la aldea. Pudo haber sido capellán castrense en la marina pero prefirió pastorear almas en tierra firme.
  • Boda. Agosto 1971

    Boda. Agosto 1971

  • Bautizo. Febrero 1975

    Bautizo. Febrero 1975

  • Con Don José María y Paco de la peña Los Mingas

    Con Don José María y Paco de la peña Los Mingas

  • Bodas de Plata. 1996

    Bodas de Plata. 1996

  • Con Don Pedro y la Hermandad de San Sebastián

    Con Don Pedro y la Hermandad de San Sebastián

A sus noventa y dos años el cura del pueblo recuerda con mucho cariño sus comienzos. Dice que siendo monaguillo llegó un sacerdote nuevo a su parroquia y comenzó a "reclutar" muchachos para el seminario. Por aquel entonces ya había sentido la llamada del señor para alegría de su madre, profundamente religiosa, a la que en alguna ocasión acompañó al santuario de la Virgen de la Peña de Francia subiendo a pie la montaña en uno de los parajes más bellos de Salamanca: el Parque Natural de las Batuecas. Quizás eso marcó su devoción mariana y el amor que siempre ha sentido por la Madre de Dios y en las últimas cuatro décadas por la Patrona de Pozuelo, Nuestra Señora de la Consolación Coronada.

- ¿Cómo fueron sus primeros pasos en el camino del sacerdocio?

Del grupo de monaguillos de la iglesia de Villavieja de Yeltes seis salimos para el seminario. Tras cantar misa y convertirme en sacerdote estuve 21 años de cura párroco en una parroquia de la diócesis de Ciudad Rodrigo. Luego me vine para Madrid con mis dos hermanas; la mayor tenía un taller de confección y la pequeña todavía está conmigo.

- Pero creo que pudo haber sido capellán castrense...

Pues sí. Un padrino mío era Jefe Militar de la Marina y quiso que me fuera con él y tanto es así que me animó a hacer las oposiones. Yo tenía la ilusión de salir de la parroquia pequeñita en la que estaba pero no me veía en un barco ni en alta mar así que esperé otro destino en tierra. Pudo ser en una iglesia del barrio de Carabanchel a la que me envío el vicario para ayudar al cura pero el sacerdote ni siquiera me recibió, me dijo que no necesitaba a nadie. Pero en otra parroquia madrileña precisaban un cura porque el que había estaba enfermo. Esa parroquia era de la Pozuelo de Alarcón; la del pueblo. Y para aquí me vine en 1971 porque Don Segundo -asi se llamaba el párroco- tenía una salud muy delicada. No era mayor pero sufría del corazón. A los pocos meses de instalarme en la Casa de Cristo Rey fui a verlo antes de dar la misa de la tarde y lo encontré en la cama. Le dije que después volvería a verle y me contestó que me esperaría rezando el oficio divino. Al terminar la eucaristía me avisaron para que fuera corriendo porque Don Segundo estaba muy grave. Cuando llegué había fallecido... se quedó con el breviario de rezo en las manos. Al poco tiempo vino Don José María para sustituirle procedente de Aravaca y yo me quedé como coadjutor de la parroquia porque no podía ser titular al no pertenecer a la diócesis de Madrid.

- 43 años como sacerdote en un pueblo que ahora es gran ciudad ¿Qué recuerda de su llegada?

Recuerdo que cuando llegué había todavía fábricas de curtidos y se mantenían tradiciones como la bendición de los campos porque existían zonas dedicadas a la siembra y al cultivo. Tengo una anécdota muy bonita relacionada con esta costumbre. Fuimos a bendecir los campos a lo que hoy es el aparcamiento aledaño al cementerio, frente a la casa de las Hermanas de Schoenstatt. Como yo acababa de llegar aquí se me ocurre decir al acabar que todos los presentes podían pasarse a tomar un café por la Casa de Cristo Rey. Nada más anunciarlo se me acerca el presidente de la Adoración Noctuna, hijo del pueblo y director de la Caja de Ahorros para más señas, y me dice ¿Pero cómo ha dicho usted eso? Si no tenemos para dar de desayunar a toda esta gente... Entonces voy yo y le contesto que eso se arregla echando un poco más de agua y estirando el café.

Por aquello de Dios proveerá aquella mañana desayunaron todos en la casa de la orden que fundara el padre Vallet y en la que Don José Manuel vivió algún tiempo. Años después gracias a las donaciones de los feligreses la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora fue reformada y parecía una misión imposible. Pequeños grandes logros de los que se siente orgulloso el cura que además fue capellan sin capilla. "Cuando yo vine aquí las monjas de La Atalaya estaban construyendo el colegio y yo decía misa en un salón que tenían en el segundo piso".

- ¿Cómo era la espiritualidad de antes?¿Y la de ahora?

En los años setenta y ochenta había muy buena gente, teníamos la adoración nocturna -que se sigue manteniendo- y un movimiento de juventud muy importante. Aquellos chicos y chicas lo recuerdan época con cariño y a veces me lo comentan. Teníamos coro con instrumentos y grupos que se preparaban para la Confirmación; la verdad es que se hacían muchas cosas. Hoy han cambiado porque ahora en lugar de dos parroquias hay seis y los fieles se han dispersado. Hay gente que se ha ido a vivir a otros lugares pero que cada septiembre regresan para acompañar a la Patrona por las calles del que fuera su pueblo. Yo a la Consolación la tengo un cariño extraordinario y no sólo yo; nuestra Virgen arrastra a muchas personas aunque en los últimos años ha bajado el número de congregantes. En cuanto a los sacramentos se ha notado mucho la aparición de los nuevos templos parroquiales y en el pueblo cada vez hay menos. Antes aquí se celebraban todos y muy a menudo. A mi me paran por la calle y me dicen pero Don José Manuel ¿No se acuerda usted de mí?¡Usted me casó y bautizó a mis hijos! Y reconozco que de algunos no me acuerdo porque he perdido la cuenta de los niños que he bautizado y las parejas que he casado.

Los Mingas y el Papa Francisco

A algunas hasta dos veces. Porque en un país en el que las separaciones están a la orden del día hay quien se casa dos -y hasta tres veces- y renueva sus votos en una ceremonia religiosa. A Don José Manuel le hace mucha ilusión pero reconoce que su sacramento favorito es el Bautismo "porque lo primero que hace el Señor con aquella criatura es santificarla y hacerla hija suya; con el sacramento comienza su vida espiritual". Que no será fácil en estos tiempos. El padre asegura que urge una labor de evangelización muy seria para hacer frente a tres enemigos; el demonio, el mundo y la misma carne que "ahora están influyendo enormemente en las nuevas generaciones que se están apartando un poco de Dios".

- Del que acaba de nacer en millones de corazones ¿Guarda algún recuerdo de sus primeras Navidades en Pozuelo?

Pues sí. Me acuerdo de que al poco de venir aquí los integrantes de la peña Los Mingas me ayudaron a hacer la primera Cabalgata de Reyes. No tenía nada que ver con la de ahora pero nunca olvidaré aquella vueltecita por la plaza acompañados de muchos vecinos. La verdad es que la gente de Pozuelo es extraordinaria. Y también recuerdo con cariño el primer Belén que se puso en la parroquia muy pequeñito comparado con el actual en la sede de la Congregación. Es hermoso lo que hacen ahora; una obra de arte.

Para artista Don José Manuel. A sus noventa y dos años sigue al pie del altar. Entre risas confiesa -el que ha escuchado tantas confesiones- que ya no madruga porque no da misa a las ocho de la mañana. Tampoco vive en la que ha sido su casa durante años -frente a la iglesia- sino en otra que creció sobre la huerta en la que los Hermanos de Cristo Rey fabricaron los ladrillos que sustentan su primera sede en Pozuelo; hoy Ayuntamiento. Es como una vuelta a sus orígenes pero alargando los despertares y acortando los sermones.

- ¿Cómo es su día a día padre?

Por las mañanas suelo venir al despacho parroquial sobre las diez y media o las once para atender el teléfono y ayudar al párroco, Don Pedro, en lo que puedo. Por la tarde doy misa de lunes a viernes y los domingos también a la una. Pero ahora mi ejercicio discurre a otro ritmo, más pausado. Salvo en los sermones. Hay una familia que cuando comienzo la predicación mira el reloj y al terminar la misa me dicen 7 minutos padre. Creo que es un tiempo justo y necesario para mover los corazones.

Quien los está moviendo y mucho es el Papa Francisco. Le pregunto a Don José Manuel su opinión sobre la cabeza visible de la Iglesia y no lo duda ni un instante. Afirma con rotundidad que es un regalo que Dios nos ha mandado y todo corazón. También que lo que más le gusta del Santo Pontífice es verlo caminar entre nosotros sin dejar su puesto. Y Francisco le sonríe desde la fotografía que cuelga de la pared.
Con Don Pedro y la Hermandad de San Sebastián
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