Erase una vez
El Norte de Pozuelo, un bar inolvidable
martes 11 de agosto de 2015, 09:00h
Benito y Francisca abren en 1972 un pequeño bar de aperitivos y tapas en el centro de Pozuelo donde también se juega a las cartas y al dominó. Nace El Norte. Seis años después su hijo Antonio se hace cargo del negocio y decide acompañar las raciones de alitas, callos, boquerones en vinagre, champiñón y codornices con "minis" -vasos grandes- de cerveza. Comienza la leyenda.
Para muchos El Norte es el templo de la movida pozuelera. Quien le iba a decir a Benito y a Francisca que su taberna de raciones se convertiría en el bar de toda una generación. La que dentro de un mes volverá a reunirse en la plaza del Padre Vallet -por décimo año consecutivo- para rememorar aquellos tiempos ahora perdidos por las calles de esta ciudad. Y para recordar a Antonio. El alma de El Norte nos dejó demasiado pronto.
Con 16 años se puso detrás de la barra. Corría el año 1978 y aprovechó que su hermano Benito hacía la mili en Canarias para encargarle un radio-cassette. La primera banda sonora de El Norte. Cientos de grabaciones -con mucho pop español- pasaron por el aparato hasta que llegaron nuevos modelos de doble pletina y ecualizador y discos compactos.
Antonio siempre prefirió los cassettes a los cd´s y era capaz de saber en que punto exacto de las ruedas estaba situada la canción que quería que sonara. Tenía muchos amigos y decoraba su otra casa con los regalos que le traían de todos los rincones del planeta (sombreros, matrículas, botellas, peluches...) pero sentía predilección por los gatos sobre todo por el de su logotipo y por uno de madera negra que tallaron para él en un barco.
La jarra de cerveza -ahora descascarillada- que rodeaba la entrada de El Norte, la columna próxima a la barra, los bancos y las mesas en negro -tan difíciles de pillar-, el rincón del fluorescente verde que antes fue el de las palmeras, la caricatura del señor bañándose en cerveza, el aparato de aire acondicionado que despeinaba, la máquina con trivial pursuit, el caballo blanco de la puerta de acceso a los aseos... y, por supuesto, Gelo.
Dicen que uno siempre vuelve a los lugares en los que ha sido feliz. Va por tí Antonio.