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Javier Fernández Golfín, contable del Casino de Pozuelo
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Javier Fernández Golfín, contable del Casino de Pozuelo

lunes 20 de agosto de 2012, 08:02h

Javier Fernández Golfín Bringas nació en 1867 en La Bisbal. Su padre, Emilio Fernández Golfín, era coronel de la Guardia Civil del pueblo gerundense y llegó a ocupar el puesto de Jefe de la Benemérita en Madrid.

Quien ha dado nombre a una calle de Pozuelo tuvo tres hermanos; Manuel que cuando creció se convirtió en Presidente de la sección tercera del Tribunal Supremo y Emilia y Rosalía de las que, por expreso deseo de su padre, se hizo cargo tras su muerte.

Del hecho luctuoso de la pérdida del progenitor Javier Fernández Golfín Bringas se enteró de forma inesperada. Estaba estudiando la carrera en la Academia Militar de Toledo y quedó con su padre para charlar de las cosas del acuartelamiento. Mientras aguardaba su llegada en el portalón del centro pasó un amigo que con curiosidad le preguntó qué hacía en ese lugar. Javier contestó: espero a mi padre. Su interlocutor dijo: pues no le esperes porque se ha muerto. Años después de aquello completó sus estudios militares pero por motivos personales no pudo hacer carrera.

El hijo del coronel se casó en primeras nupcias con Clementina Larragán. La dama además de ser pariente suya había sido esposa de un señor acaudalado de nombre Manuel Luengo que al morir le había dejado toda su fortuna. Era una joven delicada que enfermó al poco tiempo de contraer matrimonio con Javier Fernández Golfín. Aunque la pareja estableció su residencia en Madrid pronto llegaría un aviso anunciando cambio de planes. Por la condición de militar del esposo debían hacer las maletas rumbo a otro destino peninsular. Pero como Clementina no tenía fuerzas para viajar Javier decidió abandonar la carrera y cuidar a su esposa que falleció al poco tiempo dejándole heredero universal de todos sus bienes. Entre ellos había una propiedad en la calle Méndez Nuñez de Pozuelo de Alarcón que no sólo fue el origen de una relación intensa con las gentes del pueblo. En la colonia de la paz conoció a la mujer con la que se casó en segundas nupcias y con la que formó una familia. También fue uno de los socios fundadores del casino; un edificio de exquisita arquitectura levantado a pocos metros de su propiedad destinado al entretenimiento de veraneantes. Durante años llevó sus cuentas y participó activamente en las actividades que se programaban con la llegada del buen tiempo.

De las rentas y la paz

Tras el fallecimiento de su primera esposa Javier Fernández Golfín rehizo su vida. Gracias al legado de Clementina Larragán durante años vivió de las rentas. El hombre heredó varios inmuebles en Madrid; entre ellos un bloque de pisos arrendados en el número 14 de la céntrica calle Toledo y otro edificio en Príncipe de Vergara. Además poseía acciones en la fábrica de cervezas El Águila, próxima al Paseo de las Delicias -hoy biblioteca regional- y algunos papeles del estado. Todo esto le aseguraba una más que aceptable calidad de vida que le permitía abandonar la capital cuando llegaba el verano rumbo a su nueva residencia de la colonia de la Paz. Javier Fernández Golfín se encontró de repente con tres casas en un terreno que antes fue de su desaparecida esposa en la calle Méndez Nuñez.

La entrada a la finca se realizaba por una verja en la que podía leerse un año: 1870. La propiedad todavía conserva aquella inscripción que recuerda otros tiempos. Esos en los que aparecían las primeras colonias y llegaban a Pozuelo ilustres veraneantes. El siglo XIX se acababa cuando Javier Fernández Golfín decidió tirar una de las construcciones existentes y conservar dos pensando en el futuro y en lo que pudiera pasar. Lo que pasó fue que al desaparecer sus progenitores se hizo cargo de sus hermanas solteras y dispuso para ellas una de las casas. En la otra correrían bajo el sol los hijos y las hijas que estaban por llegar. Con la madre de su prole se encontró por primera vez en la colonia.

Telesforo Montejo era abogado. Como Javier Fernández Golfín pasaba los veranos en la colonia de la Paz. Las propiedades de ambos, situadas en la misma calle, estaban separadas por un par de fincas. El letrado tenía una hija llamada Joaquina que tocaba el piano como los ángeles y hablaba perfectamente francés. Como muchas señoritas de su época había recibido una formación exquisita y estaba preparada para aceptar con agrado su destino de esposa y madre. Sólo era cuestión de tiempo. El elegante viudo se cruzó en su camino y algunos encuentros en las salas del casino del que era socio fundador sirvieron para iniciar un noviazgo que acabó en boda. Javier Fernández Golfín Bringas contrajo matrimonio con Joaquina Montejo Montero en el año 1900.

Diez balcones en el barrio de Salamanca

Los recién casados se instalaron en un piso con muchas estancias. Quizás pensando en formar una familia numerosa. Fijaron su residencia habitual en el número dieciséis de la calle Jorge Juan. Javier Fernández Golfín alquiló a la Marquesa de Aldama una casa con diez balcones y amplias alcobas. En tan sólo unos años Joaquina hizo realidad el sueño de Javier de convertirse en padre. Tuvieron siete vástagos; tres hijos -Javier, Manuel y José- y cuatro hijas -Carmen, Pilar, Victorina, Joaquina- aunque la pequeña Pilarcita murió con dos años. Los niños estudiaron en el colegio El Pilar, un reconocido centro educativo con cien años de antigüedad. Acudían a clase andando porque el magno edificio que lo alberga quedaba cerca de su hogar. También por proximidad dedicaban muchas tardes y fines de semana a corretear bajo los árboles del parque del Retiro.

Las damas recorrían el Paseo de Coches y dedicaban sus ratos de ocio a la lectura sin olvidarse jamás de consultar sus relojes de bolsillo. En casa de los Fernández Golfin había algunas normas que cumplir. La más importante hacía referencia a los horarios. A las ocho en punto de la mañana el servicio colocaba los pucheros con chocolate y las bandejas de churros sobre la mesa y toda la familia tenía que estar sentada en torno a ella para compartir el desayuno. A la una del mediodía las doncellas servían la comida. Por la noche todos los habitantes en la casa -incluida la servidumbre- rezaba el rosario como ritual imprescindible antes de retirarse a descansar a sus habitaciones. Javier Fernández Golfín era un hombre muy recto y conservador que había heredado de su padre una disciplina casi castrense.

Vecino de Franco

Los tres hijos varones de Javier Fernández Golfín pasaron por la universidad para convertirse en hombres de carrera. Las hijas recibieron otra formación más adecuada a su sexo. Victorina pudo haber llegado muy lejos en el deporte del tenis porque con falda larga y pololos se movía como nadie por la pista. Recibió clase en las canchas del consulado francés y se convirtió en alumna aventajada de la embajada participando en diferentes competiciones y consiguiendo varios trofeos. En la casa familiar del barrio de Salamanca los chicos y las chicas compartieron rellano con un personaje fundamental de la historia de España. El hijo menor de Javier Fernández Golfín, José Fernández Golfín, revelaba hace unos años un hecho que conoce poca gente: la identidad de su vecino. Y narraba con naturalidad la primera vez que vio al caudillo a las puertas de su bloque de pisos.

Ocurrió una mañana a finales de los años veinte del pasado siglo. Volviendo de la facultad de derecho contempló un camión de mudanzas aparcado delante del portal y a un desconocido dando indicaciones a los operarios que se afanaban en descargar muebles de gran tamaño. El hombre le dio los buenos días y José respondió al saludo. Luego cuando el señor en cuestión estuvo instalado en el principal izquierda descubrió que se llamaba Francisco Franco Bahamonde y que era militar de profesión. El hijo de Javier Fernández Golfín decía con más de ochenta años y una serenidad sorprendente que Franco no pudo dirigir el Movimiento porque en el verano de 1936 su vecino no estaba en casa sino ejerciendo de Jefe de Estado Mayor en Canarias.

En coche de caballos

Hasta el estallido de la guerra civil Javier Fernández Golfín disfrutó de los mejores años de su vida. Sin más preocupaciones que las relacionadas con la buena educación de los hijos apuraba la vida como los cigarrillos que fumaba mientras conversaba con los amigos en tertulias de sobremesa en el salón de su casa -cerca de las teclas del piano que acariciaba su mujer- o entre pincelada y trazo. El catalán afincado en Madrid se sentía atraído por la pintura y dedicaba muchas horas a esbozar barcos con acuarelas y santos con plumilla.  En Pozuelo, junto a otros insignes veraneantes puso los cimientos y se ocupó personalmente de las cuentas del Casino donde se divertían los señoritos de la colonia de la paz. Del bello edificio cercano a la residencia La Atalaya no queda nada. Una urbanización que se levantó sobre sus ruinas y que lleva el nombre de Viejo Casino es el único vestigio de todo un símbolo de la burguesía local.

Con la llegada del verano la vida urbanita de los Fernández Golfín cambiaba por completo. El colegio cerraba sus puertas y la familia hacía las maletas rumbo a Pozuelo de Alarcón. La residencia estival de Méndez Nuñez se preparaba para recibir a todos sus miembros que acudían acompañados del personal de servicio. El traslado hasta la colonia era toda una aventura sobre todo para los más pequeños de la casa. Un gran coche de ocho plazas tirado por caballos les recogía en Jorge Juan. Los pasajeros, a excepción de las muchachas de servicio que viajaban con el cochero, se acomodaban en el interior del vehículo por una puerta trasera. Dos caballos y una mulilla se encargaban de recorrer al paso la decena larga de kilómetros que había desde el barrio de Salamanca hasta Pozuelo. Más de dos horas tardaban en llegar. Del equipaje se ocupaba un vecino de Pozuelo llamado Ángel Bernal que con un carro y una mula se desplazaba hasta Madrid y recogía las maletas y todo lo necesario para pasar el veraneo. Lo que casi nunca cargaba era sacos de comida porque la familia compraba los víveres en la tienda que Demetrio Barrio tenía en la plaza del pueblo.
 
Para los hijos de Javier Fernández Golfín Pozuelo era un paraíso. Los varones jugaban al frontón en el casino o al fútbol en los campos cercanos al edificio. También  recorrían el pueblo en bicicleta y tuvieron grandes amigos dentro y fuera de la colonia. Mientras, las mujeres se dedicaban a pasear por el jardín de la finca y se ocupaban de las plantas del invernadero. La esposa y madre se encargaba de las tareas de la casa y llevaba colgadas a su falda -como un complemento más del vestuario- las llaves de la cueva fresquera donde se guardaban los alimentos para controlar que no faltase la comida. Todo estaba bajo su supervisión. Todo menos los arreglos florales que su esposo solía realizar con la ayuda de Enrique Benito, el jardinero de la finca. Además de al jardín y a llevar las cuentas del casino el cabeza de familia animaba la vida social del pequeño pueblo con actuaciones teatrales. Al menos eso cuentan las crónicas. En un artículo firmado por Mariano de Lucas en el periódico La Atalaya -órgano defensor de los intereses de Pozuelo, Aravaca y sus colonias- publicado en agosto de 1923 se puede leer: “se representó en el Círculo Recreativo de la Colonia de la Paz el entremés de los hermanos Quintero El mal ángel y la comedia en dos actos, de los mismos autores, Amor que pasa (…) los señores Ester, Sanz, Becerril, Golfín y Moyano se defendieron de verdad en sus respectivos papeles, y unos y otros quedaron a la altura de los buenos”.

La guerra y el final

Encerrados voluntariamente en su hotelito de la colonia de la paz los Fernández Golfín vivieron varios episodios dramáticos. Durante y después de contienda civil. En las primeras semanas del enfrentamiento se produjeron numerosas detenciones en Pozuelo y los fusilamientos se hacían en la tapia del cementerio. El campo santo estaba próximo a su casa y ellos escuchaban gritos y disparos. Tras el conflicto y mientras ponían en pié el hogar que los bombardeos destrozaron asistieron a la exhumación de varios cadáveres que aparecieron enterrados a pocos metros de la puerta de su casa.

Javier Fernández Golfín descendió a los infiernos cuando detuvieron a sus hijos Javier y Manuel. El primogénito era uno de los jefes de la Quinta Columna. En la checa de los Salesianos compartió celda con el hermano con el que tantas veces había jugado. Los detuvieron en casa casi al mismo tiempo. Pero corrieron suertes diferentes. Manuel fue condenado a trabajos forzados en una brigada de trabajadores y enfermó. Debido a una cardiopatía le dejaron libre y formó una familia. Su hermano Javier fue condenado a muerte y murió lejos de casa, en el foso del castillo de Montjuit.

La esposa del contable del Casino de Pozuelo, Joaquina, nunca superó la pérdida del hijo y murió dos años después de que los fusiles se silenciaran. Javier Fernández Golfín  no aguanto mucho más. A pesar de las constantes revisiones del doctor Sánchez Covisa, propietario de una finca con palomar hoy reformado -El Torreón-, que le había  salvado una pierna enferma por culpa del tabaco, murió en 1942. Años después y como fue un paisano ilustre el Ayuntamiento cambió la denominación de la calle Camino Bajo de Alcorcón por Javier Fernández Golfín. Y se quedó para siempre entre nosotros.

 

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