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Mercedes de la Cadinière, hija del Marqués de Chambené
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Mercedes de la Cadinière, hija del Marqués de Chambené

lunes 18 de junio de 2012, 08:17h

Mercedes de la Cadinière de Bobadilla nació el ocho de abril de 1895 en el castillo de Chalonge, en Eric, una aldea de la bretaña francesa cercana a Nantes.

Su padre, Charles Marie de la Cadinière, doctor en Derecho, nunca ejerció la profesión. Tremendamente culto, hablaba varias lenguas; vivas y muertas: español, latín, griego y árabe. Era un rico terrateniente. Y noble. Pero por su aspecto descuidado en el vestir y su aire bohemio nadie sospechaba que ostentaba el título nobiliario de Marqués de Chambené. Amaba tanto a España que hablaba a su mujer -navarrica- en su idioma materno. A cambio ella lo contestaba en francés. Los papeles se habían cambiado. Una afrancesada, Concepción de Bobadilla se encargó de la educación de sus hijas como señoritas de la época y se preocupó de que mantuvieran lazos de amistad con los hijos de las familias más nobles de Francia. Las niñas recibieron formación con las monjas del colegio Sagrado Corazón de Nantes y completaron sus estudios en los salones del castillo. En los bellos y frondosos paisajes decorados en invierno por un congelado río Loira sobre el que su abuelo iba patinando desde Eric a Nantes discurrió la infancia de Mercedes de la Cadinière; unos años marcados por la enfermedad.

De Charrettes

Desde su niñez Mercedes vivió inmersa en la naturaleza. De ahí su extraordinario amor a los animales con los que tuvo a lo largo de su vida una rara y especial comunicación. Primero los perros y después los caballos fueron sus primeros y más fieles amigos. Con poco más de diez años los médicos le detectaron un tumor blanco en el tobillo izquierdo  -tuberculosis de hueso- y fue sometida a numerosas y constantes operaciones para poder caminar.

Las convalencencias se llevaron los mejores años de su vida pero Mercedes era una niña con una voluntad de hierro. Que se hizo fuerte con las adversidades y convirtió la necesidad en afición y la afición en virtud. Porque la mujer que ha dado nombre a una de nuestras calles fue una virtuosa de la conducción de Charrete; vehículo de dos ruedas tirado por un caballo. Lo que comenzó siendo su habitual medio de locomoción a causa de su minusvalía le reportó muchas alegrías. Tenía una mano prodigiosa, capaz de llevar al caballo con un hilo de seda y fue campeona de numerosos concursos de conducción de charrettes.

A los dieciocho años Mercedes es una hermosa mujer de gran envergadura, pelo negro y ojos verdes. Tenía una fuerte personalidad y estaba enamorada de un apuesto joven de rancia y aristocrática familia; hermano del que con el tiempo se convirtió en padre de Rainiero de Mónaco. Vivía su amor con René de Polignac de una forma romántica. Pero un desengaño acabó con aquella relación para siempre. Parece ser que en cierta ocasión el muchacho se dirigió a ella de forma despectiva reprochándole su discapacidad. En ese mismo momento ella puso fin a la relación.

Sus padres tratando de que olvidara le enviaron a España, concretamente a Zaragoza, al Palacete -hoy sede del Museo Camón Aznar- en el que vivían sus abuelos maternos para que tomase contacto con la cultura y las costumbres de nuestro país. Su hermana mayor Concepción se vino años atrás a la capital aragonesa para estudiar la lengua de sus antepasados y a estas alturas hablaba español mejor que francés. Ella y el resto de la familia española fueron su gran apoyo lejos de su querida Bretaña y de su añorado René.

Bombones y productos farmaceúticos

Con el corazón roto pero con ilusión Mercedes de la Cadinière llega a Zaragoza. Con diecinueve años toma contacto con la tierra de sus abuelos. También con sus gentes. Aunque no conocía el idioma porque su madre no hablaba con ella en su lengua materna se fue abriendo camino entre la sociedad de la época. Como una señorita más participa de los acontecimientos sociales y culturales. Fue precisamente en uno de esos actos públicos donde conoció al que sólo un año después se convertiría en su esposo.

Una caja de bombones vacía lanzada al pasillo, desde un patio de butacas, fue la culpable del primer encuentro de la hija pequeña del marqués con el único vástago varón del fundador del Banco Zaragozano. En una inesperada acción que bien pudo ser un acto de seducción la bella Mercedes se deshizo de la caja de dulces una vez compartidos con una prima menos agraciada físicamente. Aquel atrevimiento llamó la atención de un caballero que aquella tarde -como tantas otras- acudía solo a disfrutar de la representación. Manuel Ibañez era hijo del fundador de la entidad bancaria que recaudaba los impuestos de las provincias de Zaragoza, Alicante y Guadalajara. Por delegación de su padre estaba al frente de estos negocios y a sus treinta años se había convertido en uno de los solteros de oro de la comarca.

El caso es que además de fijarse en la poseedora de la mano que se había desecho de aquella manera del cartoncillo -comprobando además que no tenía acento maño precisamente- recogió la caja vacía y encargó que la llenaran de nuevo de bombones. Después se la devolvió a su propietaria ante el asombro de la francesa que no pudo sino agradecer el gesto de galantería. Ese fue el comienzo de un noviazgo que apenas duró un año. El dos de agosto de 1915 Mercedes y Manuel contraen matrimonio en la localidad francesa de Nantes.

Tras su enlace en Francia los recién casados regresan a España y fijan su residencia en Zaragoza. Durante un tiempo Manuel Ibañez sigue dedicándose a los asuntos de banca pero pronto se da cuenta de que aquello no es lo suyo y decide convertirse en hombre de otros negocios. Años atrás había estudiado la carrera de farmacia pero lo del mostrador le horrorizaba así que la capital del Ebro se le quedaba pequeña para dar rienda suelta a sus inquietudes. Por eso decide viajar con su familia; su esposa Mercedes ya había sido madre de dos de sus diez hijos -Mercedes y Manuel-, al País Vasco donde pone en marcha su propia empresa.

En los años de la I Guerra Mundial Manuel Ibañez era el propietario del mejor almacén de productos farmaceúticos de toda España. Estaba en San Sebastián. El esposo de Mercedes de la Cadinière que tenía buena vista para los negocios compraba muchos productos que sobraban de los envíos que los americanos hacían a Francia para atender las necesidades de la Coalición. En una preciosa casa que compraron a los pies de la carretera que conduce a Irún vinieron al mundo seis hijos más -Concepción, Lola, Teresa, Carmen, Carlos y Javier- aunque uno de ellos -Javier- murió al mes de nacer. En aquella época Mercedes contaba con la ayuda de personal de servicio para atender las necesidades de los pequeños y su marido disponía de chófer para sus desplazamientos laborales. Juntos veraneaban en el castillo que los abuelos maternos tenían en la Bretaña francesa. Todo iba viento en popa hasta que uno de los pequeños se quedó dormido en la playa de Ondarreta. Por culpa de una insolación Carlos estuvo ingresado un mes en un hospital de la capital gipuzcoana entre la vida y la muerte. Quemado de los pies a la cabeza. Tenía tanto sol acumulado en su organismo que hoy, muchas décadas después, se sigue sometiendo a controles severísimos para tratar un melanoma.

A pesar de su condición de farmaceútico poco pudo hacer Manuel Ibañez por aliviar el sufrimiento de su pequeño. Tal vez aquella impotencia compartida con su esposa le llevó años más tarde a crear un compuesto para las quemaduras denominado Ambrina.

Madrid. Pozuelo, años 30

Mercedes de la Cadinière y su esposo llegan a Madrid con su prole un par de años antes del estallido de la Guerra Civil. Los negocios de su marido les traen a la capital de España -donde nacieron dos retoños más; Marisol y Fernando- para echar raíces. La familia se instala en un piso de 500 metros cuadrados situado en el número 38 de la calle Lagasca y algunos de los pequeños son matriculados en el colegio El Pilar. Con la ayuda de las muchachas de servicio Mercedes se hace cargo de la casa y los niños. De los otros inquilinos del hogar se ocupaba solo ella. Desde niña los animales fueron su debilidad; se entendía con ellos a la perfección. Su hijo Carlos cree que como San Francisco poseía un don especial que hacía bajar la cabeza a la más fiera de las bestias. En su residencia del barrio de Salamanca cuidaba cinco perros, un gato y una ardilla. También se preocupaba a diario por los canarios, los periquitos y el loro que ocupaban las numerosas jaulas de la amplia terraza corredor que daba al patio interior de manzana.

Mientras Mercedes se hace cargo de la casa y los pequeños su esposo se asocia con el catalán Federico Bonet convirtiéndose en director de los Laboratorios Bonet. La firma farmaceútica creadora de productos tan conocidos como la sal de frutas ENO tenía su sede en lo que hoy es el Ministerio de Cultura, en la plaza del Rey. La familia vivía del sueldo del cabeza de familia y los niños crecían alegres. Juntos pasaban las vacaciones de verano en los bellos paisajes de Baiona (Pontevedra) donde Mercedes podía disfrutar con los suyos de lo que adoraba: el contacto con la naturaleza. Pero la guerra quiso que la felicidad se convirtiera en tormento.

El vínculo de Mercedes de la Cadinière con Pozuelo de Alarcón comienza cuando su esposo decide comprar una hermosa finca, Villa Adelina, o lo que es lo mismo seis hectáreas de terreno -60.000 metros cuadrados- en una recién nacida colonia de hotelitos llamada de la Paz. Manuel Ibañez compró la finca a plazos en la primavera de 1936 a una cupletista de nombre Adelina que al parecer mantuvo relaciones con el Gobernador del Banco de España, Aurelio Belda. La intención de la familia Ibañez de la Cadinière era cambiar de aires en verano sin tener que desplazarse a cientos de kilómetros.

Aquel paraiso cercano salpicado de pozos y huertas estaba llamado a convertirse en su residencia estival. Nada más llegar el buen tiempo hicieron las maletas y llegaron a la rebautizada finca Los Hortales. Pero al poco estalló la guerra y sorprendió a la madre y a sus vástagos en un lugar que de repente dejó de ser reducto de paz para convertirse en objetivo y refugio de tropas. El padre, Manuel, tuvo que esconderse en casa de su madre porque, aunque nunca se había significado en política fue denunciado. Le encontraron y se lo llevaron preso a la cárcel Modelo. Por fortuna, su mujer y sus hijos corrieron distinta suerte. El embajador de Francia, enterado de que se encontraban en Pozuelo de Alarcón, envió un coche a Los Hortales para sacar a Mercedes y a sus seis hijas. Los varones se quedaron en la finca con el personal de servicio hasta que pudieron ser trasladados a Madrid.

Salvado por un infarto

Manuel Ibañez compartía celda con varios desconocidos y un conocido de la asociación de médicos y farmaceúticos San Cosme y San Damián de apellido Sainz de Grado. Una mañana se lo llevaron y no lo volvió a ver. Conociendo su destino quiso que Manuel le hiciera llegar a sus hijos el mensaje de que moría pensando en ellos. Después le abrazó y fue conducido a Paracuellos del Jarama donde lo fusilaron. Tanta impresión le causó al marido de Mercedes de la Cadinière aquella despedida que sufrió un infarto y perdió el sentido. Por eso no pudo contestar cuando le llamaron por su nombre para matarlo. Los compañeros presos aterrados porque llevaba horas sin volver en sí tampoco dijeron nada. Cuando evacuaron la cárcel, superado el infarto de forma milagrosa, se incorporó a la fila con el resto de presidiarios con ficha nueva rumbo a un colegio de la calle  General Díaz Porlier. Tras varios meses de reclusión quedó en libertad. Salvó el pellejo; cuando se reencontró con los suyos era piel y huesos. Con el amor y la dedicación de su infatigable esposa y los alimentos básicos que Mercedes recibía de la embajada francesa pudo olvidar la pesadilla. Quien ha dado nombre a una calle de Pozuelo nunca la olvidó. Perdió cuarenta kilos y buscó consuelo en el campo y, sobre todo, en los animales.

Una vaca lechera y un pollino

En Pozuelo, la bretona amiga de los animales, fue extraordinariamente feliz. Cuando terminó la guerra ella y su esposo regresaron a "Los Hortales" y comprobaron con tristeza que de nada servían las llaves. La casa no tenía puertas ni ventanas, todo estaba destruido y los restos humanos aparecían por todas partes. Tuvieron que trabajar duro para reconstruir la casa y lo que es más importante: la ilusión. Pero el tiempo lo cura todo. En la finca de verano Mercedes hizo realidad casi todos sus sueños. A saber. El contacto directo con la naturaleza y los animales, la elaboración de productos artesanos, las conversaciones en la sobremesa, los paseos hasta la escultura del Sagrado Corazón que levantó en su propiedad, la contemplación de las mejores lombardas de Madrid…

Mercedes de la Cadinière fue una mujer sencilla. Carecía de la coquetería propia de las señoras de su posición social. No se maquillaba nunca. Dos anillos; la alianza y un sello con el escudo de armas de su familia fueron los únicos adornos que lució en sus manos. Mujer recta con sus hijos y exquisita en el trato disfrutaba escuchando música clásica, bebiendo té al que era una gran aficionada o elaborando mantequilla casera con la leche de su vaca "Yola" a la que ordeñaba prácticamente a diario. Le gustaba extenderla sobre panecillos durante el desayuno. Sentada en el agradable cenador al aire libre de su residencia de verano. Del hermoso gallinero de "Los Hortales" recogía huevos frescos con los que preparaba dulces. También dedicaba su tiempo al cuidado de las parras y las flores pero, sobre todo, a atender y alimentar a los animales de su particular granja entre los que se encontraban varios cerdos y una mula.

Tanta era su pasión por los seres del campo que cuando, con motivo de sus Bodas de Plata, su esposo le preguntó que quería como regalo ella no dudó: una burra. Manuel Ibañez le compró un asno que parecía sacado del portal de Belén y que nada más llegar a la finca se convirtió en el compañero inseparable de su esposa. Pagó por el pollino mil pesetas.

Mercedes de la Cadinière era una enamorada de "Los Hortales". Pocas veces salía de la finca sino era para acudir a misa y solía desplazarse en coche hasta la parroquia. Realizaba el trayecto en el auto de su vecino, el magistrado Felipe Clemente de Diego. En la Colonia de la Paz disfrutó del campo y de la numerosa familia que el destino le concedió: nueve hijos y veintisiete nietos. Era tal el amor de Mercedes de la Cadinière por Pozuelo que dispuso como su última voluntad ser enterrada aquí donde descansa eternamente desde la primavera de 1971.

 


Agradecimiento: Carlos Ibañez de la Cadinière

 

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