Con la llegada del verano la vida urbanita de Javier Fernández Golfín y su familia cambiaba por completo. Todos ponían rumbo a su hotelito de Pozuelo, situado en la Colonia de la Paz, cargados de baúles. Del equipaje se ocupaba Ángel Bernal, vecino del pueblo que, con un carro tirado por una mula, se desplazaba hasta Madrid. No solía traer alimentos porque la familia solía comprar víveres en la tienda que Demetrio Barrio tenía en la plaza.
En vacaciones la esposa, Joaquina, se encargaba de las tareas del hogar y de cerrar bajo llave la cueva-fresquera de la residencia mientras los hijos -Javier, Manuel y José- jugaban al frontón en el casino, al fútbol en los campos cercanos a la sede social de los ilustres veraneantes o montaban en bicicleta.
Las hijas -Carmen, Victorina y Joaquina- se dedicaban a pasear por el jardín de su residencia de verano y se ocupaban de las plantas del invernadero aunque de los arreglos florales de la finca se encargaba su jardinero,
Enrique Benito.
La fotografía en la que Carmen y Joaquina, con sus hermosas trenzas y sentadas en un banco de cemento y piedras, parecen comentar la conveniencia del posado tiene casi un siglo de antigüedad.
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