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El tapicero prodigioso de Pozuelo

sábado 13 de abril de 2013, 09:41h

Félix Granizo nació el 31 de marzo de 1929 en una casa pegada al Callejón de las Siete Chimeneas. Tiene una memoria privilegiada y unas manos capaces de producir 270 sillones en miniatura en cuatro años.

Dice que es un niño de la posguerra mientras nos recibe en la habitación de su casa convertida ahora en taller. Con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillantes. Como si hubiera regresado a aquella época y tuviera zapatos nuevos. Quiere compartir con nosotras sus recuerdos y creaciones. Porque los unos tienen mucho que ver con las otras. Si Félix Granizo hubiera olvidado su oficio de tapicero no podría hacer sillones en miniatura para regalar a sus sobrinos. Ni meterse en un descuido un puñado de clavos en la boca y seguir hablando del trabajo de uno de los de antes. Y eso que hubo un tiempo en el que quería ser ebanista ¿rebobinamos?

Félix Granizo vino al mundo en el seno de una familia humilde. Su padre lo mismo trabajaba de carpintero que de albañil para mantener a los siete hijos. Hasta que le contrataron en el Ayuntamiento para recoger la basura cuando se cargaba en carros. Su madre se ocupaba del hogar y de los pequeños. Y de remendar algunas faldas y muchos pantalones.

Su vida en el barrio bajo de Pozuelo discurría como la de otros muchos niños hasta que la guerra lo cambió todo. En el caso de Félix y en el de su hermano Juan hasta su condición física. El tapicero prodigioso recuerda que su familia fue evacuada y que pararon en varios pueblos hasta llegar a Casas Ibáñez (Albacete). Antes habían vuelto a Pozuelo pero "comenzaron otra vez los tiros y a salir corriendo de nuevo". Cuando regresaron su casa era una de las pocas que permanecían en pie pero estaba destruida y desvalijada por dentro. "Mi madre pensaba que estarían nuestras cosas y su máquina de coser pero allí no había nada".

Había que empezar de nuevo. El padre a faenar en lo que le salía y los hijos... a robar leña al monte. Así cuenta Félix que se decía entonces. Los jóvenes caminaban por el de Pozuelo o el de Boadilla y la recogían para venderla. En casa metían los troncos en sacos y muchos se repartían en Madrid. "Mi madre llevaba encargos a la capital en el coche de línea y se volvía con el dinero. Otros viajaban con lombardas o traían el pescado que habían comprado en las lonjas". Aquella era una manera de echarle un pulso al hambre. A esa hambruna de posguerra que multiplicó el uso de las harinas de almortas. Su consumo frecuente provocaba latirismo, una intoxicación cronica causante de paraplejia espástica a la que ya Hipócrates vinculó con la legumbre Lathyrus Sativus (almorta). Y aunque en casa de Félix todos comían lo mismo sólo su hermano Juan y él enfermaron de latirismo. Cuando le pasó tenía diecisiete años y acababa de descubrir un oficio al que se dedica en cuerpo y alma -aunque ahora a pequeña escala- desde hace más de medio siglo.

Las monjas y una singer

Antes de caer enfermo Félix trabajó como aprendiz en la primera tapicería de Pozuelo. Recuerda que la abrió el señor Jose María en la calle Reina Mercedes a mediados de los años cuarenta del pasado siglo. También que pronto se fue a la ruina porque el hijo del propietario encargaba piezas que luego no se vendían. Al cerrar la empresa se puso a trabajar como albañil pero quería ser tapicero y habló con Pedro Blasco, fundador de Muebles Peyra. "Le dije que si podía ir a trabajar gratis a su taller unas horitas al salir del tajo para aprender, le pareció bien y cuando me dio el latirismo me dijeron que me quedara a trabajar con ellos".

Desde entonces han pasado muchos años, una convalecencia con las monjas, varios hogares y muchos sillones, sofás, tresillos, butacas... Tras abandonar el hospital sabiendo que lo suyo no tenía solución Félix pasó dos meses en unas naves que las religiosas de convalecientes tenían en Argüelles. "Mi madre se empeñó porque entonces se pasaba mucha hambre y las monjas tenían comida pero a cambio había que colaborar en las tareas de limpieza y en la cocina". Tanta se pasaba que, por no engordar, no engordaba ni el cerdo que tenían en la casa que Regiones Devastadas les proporcionó en una finca cercana al Casino de la Colonia de la Paz. Claro que tampoco tenían agua ni luz así que lo del cerdo que se quedó en cochinillo era lo de menos.

Luego se incorporó a la plantilla de la empresa Tapizados Blasco S.L. que comenzó su producción de muebles en la casa familiar de la carretera de Carabachel antes de trasladarse a la calle Campomanes. Tras más de cuatro décadas en nómina, tres niños -sus aprendices-, alguna chapuza y un recuerdo en forma de Singer que bien podría tener sus mismos años, colgó la herramienta. Pero hace cuatro años decidió descolgarla y comenzar a producir miniaturas para regalar a sus sobrinos.

Joyitas tapizadas

Para el primer conjunto utilizó cartón pero luego, pensando en la resistencia, lo sustituyó por la madera. Selecciona los modelos y hace ocho iguales cortando las piezas con la ayuda de plantillas que también dibuja, recorta y numera. El primero siempre se lo queda porque "es el que tiene todos los fallos". En su taller, presidido por la primera máquina de coser heredada, Félix dispone de todo lo necesario para producir sus joyitas; martillo, escofina, clavos, grapas, pegamento, agujas curvas... Para tapizarlas corta telas de pana en colores vivos, estampados, cuero blanco y negro. Y aunque a sus ochenta y cuatro años ve perfectamente utiliza gafas de plástico y mascarilla para protegerse de virutas y polvo. Ahora está liado con un fabuloso diván en forma de piano con asiento-teclado que hace el número 34 de una colección digna de exposición ¿no?

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