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Una batalla perdida

jueves 31 de octubre de 2013, 08:25h

La vida humana es solo un largo instante de conciencia, un breve instante de esplendor, que la naturaleza algún día, reclamará para si.

En la naturaleza la muerte no constituye ningún drama; la vida y la muerte están entrelazadas de tal manera que forman, tan solo, diferentes momentos de un mismo acto creativo. De la muerte de unos, surge la vida de otros. Es éste, un acuerdo “sin consentimiento”, que funciona bien, una maquinaría perfecta diseñada para que cada pieza encaje en el engranaje de la vida.

Pero los humanos no aceptamos que este delicado equilibrio entre la vida y la muerte, que forma el mundo natural, tenga que ver con nosotros.  Es más, nuestra vida se sitúa en el desequilibrio constante entre el saber que moriremos y el desear que eso no ocurra. Es una vida, la nuestra, condicionada por el horror y la angustia que la muerte nos produce, cada pensamiento, cada deseo, cada acto nuestro, tiene que ver con esa “certeza no aceptada”.   

La muerte es algo natural, pero los seres humanos no lo somos, no se nos puede pedir, por tanto, que aceptemos nuestro fin sin más, sin revelarnos ni defendernos. De esta forma, hemos convertido nuestra existencia en una batalla contra la muerte en la que empleamos todas nuestras armas. Por momentos, hacemos que la ignoramos, y esto nos hace sentirnos por un instante, eternos e invencibles. Otras veces, la personificamos, le damos forma, con el objeto de poder entablar con ella una relación de igual a igual, y así  poder entender su propósito y descubrir su misterio, de poder llegar a negociar con ella, o incluso rogarle que se compadezca de nosotros, y nos conceda un instante más de vida. Pero, sin duda, el arma más utilizada en esa cruenta y desigual batalla contra el poder devastador de la muerte, es la negación. Aceptamos que nos aniquile, pero solo en parte, no del todo, perdemos la batalla del cuerpo que albergó la vida, pero a su vez, ganamos la de la vida eterna a través de sus múltiples caras; diferentes caras que hablan de un mismo deseo, sólo es un deseo humano, porque sólo los humanos desean la eternidad.

Sabemos que la muerte nos destruye, pero también nos constituye, nos organiza y orienta, es la esencia de lo que somos, sin ella seriamos seres a la deriva, seres sin fin, sin consuelo ni descanso, almas en una pena eterna. Si no existiera la muerte, la tendríamos que inventar, porque sin ella nada sería justo, nada sería bello ni digno, nada tendría sentido ni armonía.

Por último, decir, que puede que no sepamos que la vida no es necesaria, en cambio la muerte si lo es.


Concha Jiménez
Psicóloga

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